Cambia tu manera de pensar
SEMINARIO: “Cambia tu manera de pensar para que cambie tu manera de vivir”TEXTO: “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la
renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena,
agradable y perfecta” (Rom. 12: 2) (NVI)
La escritura demuestra en repetidas ocasiones la necesidad y la importancia de que se
produzca una renovación en nuestras vidas (Efe. 4: 22-23) (Col. 3: 5-10) (1 Ped 1: 14-23)
Todo esto producto de la acción amorosa y poderosa de Dios en nosotros. Él es la principal razón, la más importante.
I. El llamado a la transformación.
“No se amolden al mundo actual, sino sean transformados…”
No se amolden (adaptéis, conforméis, vivan según) a este mundo actual. ¿Por qué Dios
ordena esto si es que Él mismo decidió ponernos en este mundo? ¿Por qué si el Señor
Jesucristo mismo le rogó al padre que no nos quite del mundo (Jn. 17: 15)? Obviamente
tiene sus motivos correctos.
a. El propósito de Dios y el mundo (Efe. 1: 3-6)
Fuimos creados con un propósito divino diseñado antes de la creación del mundo. Fuimos
predestinados para ello en amor y Jesucristo vino a la tierra para hacer posible el
cumplimiento del plan del Padre. En Él fuimos escogidos, llamados, justificados y
glorificados. Todo esto para la alabanza de su gloriosa gracia, de la cual, sin duda alguna,
es digno. Nos preguntamos: ¿Qué posición tienen el mundo frente al proyecto del creador?
Definimos como mundo, en este caso, al sistema humano que está rebelde y opuesto a los
propósitos de Dios.
(Stg. 4: 4) (Jn. 15: 18-19) (1 Jn. 2: 16)
¿Qué podemos esperar del mundo? Él está en pleito con Dios y propaga cosas contrarias a
su voluntad. Si aborreció a Jesucristo, Hijo unigénito de Dios y la provisión de salvación,
cuanto más no nos detestará a sus seguidores. Y esa es la realidad que estamos viendo, un
mundo hostil contra la fe cristiana y contra todos los que la profesan. No debemos
amoldarnos a él porque nos quiere poner en enemistad con nuestro hacedor, aquel que es
la solución para todos nuestros problemas.
b. Nuestra humana naturaleza y la influencia del mundo (Efe. 4: 22)
Nuestra humana naturaleza está corrompida y antes de entrar en una relación genuina
con Dios estaba en estado de depravación. Es tal que se le nombra en la Biblia como
“muerte espiritual” (Efe. 2: 1-3) Esta naturaleza, aunque ha perdido poder sobre nosotros
porque Cristo nos liberó, aun ejerce influencia sobre nuestra personalidad; por eso la
recomendación es que cada día más nos despojemos de ella. Pero si vivimos conforma a los
patrones de este mundo, sucederá que este viejo hombre ganará mas terreno y producirá
en nosotros resultados catastróficos (Col. 3: 5-9) El mundo está continuamente intentando
colocarnos bajo la ira de Dios.
Ejemplos de la contradicción existente entre los principios del mundo y
los principios del Señor.
Dios se revela en su palabra diciéndole a la humanidad:
“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis
caminos», dice Jehová. 9«Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos
más altos que vuestros caminos y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”
(Is. 55: 8-9) (RV)
Ejemplos prácticos de cómo esto se evidencia en la realidad de la vida Principios propuestos por el mundo Principios dados por Dios
Si no te cuidas tú y buscas lo que necesitas no lo hará nadie por ti. El hombre es autosuficiente y no necesita ayuda extra.
Dios dice que primero debemos buscar su reino y su justicia y Él se hará cargo de nuestras necesidades. (Mt. 6: 33)
No dependas de tu propia suficiencia, sino busca su camino (Pr. 3: 5) Los enemigos deben ser odiados y su éxito
envidiado. Debemos desacreditar a nuestros adversarios y desear su destrucción no es malo.
Dios dice que amemos y oremos por aquellos que se consideran a sí mismos como nuestros enemigos (Mt. 5: 44-45)
El que te la hizo te la tiene que pagar. Hay algunos que no merecen ser perdonados. Dios dice que debemos perdonar para ser
perdonados, incluso que seamos los iniciadores de la reconciliación (Mt. 5: 23-24)
El matrimonio es una conveniencia social. Las personas buscan los conyugues para satisfacer sus propias necesidades, y si no
funciona, la solución es separarse y empezar de nuevo con otra persona. Dios dice que el enfoque del matrimonio está en
poner los intereses de tu cónyuge por encima de los tuyos, el amor es dar y no conseguir (Jn. 3: 16) Su visión del matrimonio es hasta que
la muerte los separe (Mt. 19: 4-6) Debes aprender a tomar el mando y dar órdenes, en el poder está la clave del éxito.
Dios dice que debes estar dispuesto a ser siervo. El mejor líder es el que sirve y Él da más gracia a los humildes (1 Ped. 5: 5)
Las riquezas son las que te llevarán adelante en esta vida. Mientras más tengas mejor parado estarás.
Dios dice que no pongas tu esperanza en las
riquezas porque provocan muchos males, que
pongas tu esperanza el Él y te concederá lo que
necesitas para tu bien (1 Tim. 6: 17)
No existe un Dios, el hombre es dueño de
su propio camino. Para los que creen que si
existe consideran que hay caminos
diferentes pero que todos de alguna manera
conducen hacia el mismo Dios.
Dios dice que el hombre no es dueño de su propio
camino porque no puede ordenar justamente sus
pasos (Jr. 10: 23) Solamente hay un camino para
llegar al Dios verdadero y es por mediación de
Jesucristo su Unigénito (Jn. 14: 6) (1 Tim. 2: 5)
c. La voluntad de Dios para nuestras vidas (Rom. 8: 28-30)
Dios quiere que cada día más nos asemejemos a Jesucristo. Él es el parámetro de nuestras
vidas, hacia Él debemos estar enfocados. Una comparación del camino del hombre y su
carácter con el ejemplo de la vida de Cristo expresada en los evangelios, nos daría
elementos suficientes para coincidir con la opinión divina de la necesidad de un cambio
radical en nuestra manera de vivir. Ese es su llamado continuo al cual debemos obedecer
(1 Ped. 1: 14-17)
2
II. Principios bíblicos para el cambio.
“…sean transformados mediante la renovación de su mente…”
Lo que necesitamos es un cambio radical en nosotros y Jesucristo lo hace posible. La
palabra revela que “si alguno está en Cristo, nueva criatura es” (2 Cor. 5: 17) Esta
recomendación de Dios la confirma el apóstol Pablo al usar el término «sean
transformados». Este vocablo en griego es (μεταμορφου̂σθε – metamorfoúze) De donde
proviene nuestra palabra castellana metamorfosis. Esto significa transformación de una
cosa en otra, mudanza que hace alguien o algo de un estado a otro. En el mundo
zoológico se produce en animales trayendo no solo un cambio de forma, sino de funciones
y de género de vida. Conocemos el ejemplo clásico de la oruga que se transforma en
mariposa.
a. Transformación en la mente (Efe. 4: 23)
Si deseamos vivir en el centro del propósito de Dios y experimentar la plenitud de lo que
nos ha concedido en Jesucristo conforme a su voluntad, hemos de ser transformados de
esta manera. Se debe producir un cambio que afecte nuestra naturaleza y nuestra forma de
vivir. Este cambio no es algo místico ni mágico, sino un proceso que debe comenzar en
nuestra mente. La traducción moderna de la versión popular Dios Habla Hoy nos ofrece
una transcripción dinámica de esta idea al expresar:
“… cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir…” (Rom. 12: 2)
(DHH)
Este cambio se debe producir en nuestro entendimiento. Vivimos según pensamos.
Hacemos lo que entendemos que es correcto y rechazamos lo que calificamos de
incorrecto. Al menos en la mayoría de los casos. Nuestra mente debe ser renovada,
mudada a otro estilo, sustituida por otra. El mundo y sus costumbres, los patrones de vida
que adoptamos, la cultura y el medio donde crecimos, las enseñanzas escolares, han
formado en nosotros un patrón de conducta; han programado nuestra conciencia y no
siempre concuerdan con los patrones divinos, con la norma de fe y de comportamiento que
Dios no dejó revelada en su palabra. Por eso, hasta que no se produzca esta
“reprogramación” no llegaremos a conocer y entender la voluntad del Señor.
b. Reconoce y vive lo que Dios es (Sal. 100: 3)
Solamente cuando entendemos esta verdad entraremos en la realidad de nuestra
dependencia total de la misericordia y la gracia de Dios. Por nuestras propias fuerzas
nunca alcanzaremos todo el potencial con el cual fuimos formados. El éxito en la vida
depende que hagamos eficazmente aquello para lo cual fuimos creados y no de cuantas
posesiones o renombre tengamos. Cada vez que orgullosamente el ser humano decide que
se las puede arreglar solo sin Dios, está rechazando la única solución que lo puede librar de
su problema fundamental (el pecado) y al planificador de su vida. Este error de autonomía
(auto dependencia) fue la raíz de la caída de Adán y Eva en el Edén. Es la trampa más vieja
que el diablo le tiende a la humanidad y que todavía le funciona muy bien. Pero Dios nos
sigue enseñando:
“23Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina
es el ordenar sus pasos” (Jr. 10: 23) (RV)
3
“1Los planes son del hombre; la palabra final la tiene el Señor” (Prov. 16: 1) (DHH)
“9 El corazón del hombre traza su rumbo, pero sus pasos los dirige el SEÑOR.”
(Prov. 16: 9) (NVI)
“21 El corazón humano genera muchos proyectos, pero al final prevalecen los designios del
SEÑOR.” (Prov. 19: 21) (NVI)
“13 Ahora escuchen esto, ustedes que dicen: «Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad,
pasaremos allí un año, haremos negocios y ganaremos dinero.» 14 ¡Y eso que ni siquiera
saben qué sucederá mañana! ¿Qué es su vida? Ustedes son como la niebla, que aparece
por un momento y luego se desvanece. 15 Más bien, debieran decir: «Si el Señor quiere,
viviremos y haremos esto o aquello.» 16 Pero ahora se jactan en sus fanfarronerías. Toda
esta jactancia es mala” (Stg. 4: 13-16) (NVI)
La jactancia del hombre lo conduce a la ruina. Ciertamente hay caminos que ante sus ojos
parecen derechos pero su final es camino de muerte (Prov. 14: 12) El hombre no puede
dominar su propio corazón rebelde y sin remedio, y como todas las cosas provienen de esa
fuente, sin una metamorfosis en él no puede vivir de manera que agrade a Dios
(Jr. 17: 9-10) Solo Dios, en la persona de Jesucristo, le ofrece la realización de un cambio
porque solo Él tiene el poder, la capacidad, la posibilidad y el deseo de hacerlo
(Eze. 36: 25-27)
c. En la humillación está la victoria (Stg. 4: 6)
Quien humildemente reconoce este principio y se humilla ante el Señor recibe gracia y
poder para realmente levantar el vuelo como las águilas, para ser transformado de una
simple oruguita poco atractiva y que se arrastra, a una llamativa mariposa que con su vuelo
alcanza niveles muchos más altos (1 Ped. 5: 6) (Prov. 3: 34)
Para el mundo humillación es señal de debilidad y de derrota, pero ante el Señor y su
propósito es una de las llaves que conduce al éxito. Él está siempre dispuesto a darle de su
gracia a quienes toman la actitud de siervo siguiendo el ejemplo supremo de Jesucristo,
quien siendo por naturaleza Dios decidió humillarse, ¡Y hasta lo máximo! Recordemos que
el plan divino es que nos asemejemos cada vez más a Él.
d. El objetivo: Conocer la voluntad de Dios (Rom. 12: 2b)
“y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno,
lo que le es grato, lo que es perfecto”
La meta genuina para desear el cambio debe ser el conocimiento de Dios y su voluntad. Si
la motivación está en nosotros mismos, en sobresalir de alguna manera y alcanzar posición
y renombre, entonces vamos desviados y no hemos entendido su propósito. Aunque así se
desea el cambio que la escritura propone, los motivos son falsos y no tendremos razón
alguna para gloriarnos. El profeta Jeremías advirtió en una ocasión:
“Así dice el SEÑOR: «Que no se gloríe el sabio de su sabiduría, ni el poderoso de su poder, ni
el rico de su riqueza. 24 Si alguien ha de gloriarse, que se gloríe de conocerme y de
comprender que yo soy el SEÑOR, que actúo en la tierra con amor, con derecho y justicia,
pues es lo que a mí me agrada —afirma el SEÑOR—” (Jr. 9: 23-24) (NVI)
Y el mismo Señor Jesucristo les enseñó a sus discípulos después de haber tenido éxito en
la misión a la que fueron enviados en su nombre:
4
“17Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu
nombre. 18Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. 19He aquí os doy
potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os
dañará. 20Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que
vuestros nombres están escritos en los cielos.” (Lc. 10: 17-20) (RV)
Mantener esta óptica es saludable y eficaz. Se trata de Él en primera línea y no de
nosotros. El mandamiento mayor es amarle a Él y servirle con todo lo que somos y
tenemos. Cuando estamos dispuestos, Él extiende su mano y nos colma con lo suyo, es un
cambio de menos por más, de maldición por bendición, de pobreza por abundancia eterna.
La voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta, pero se lleva a cabo productivamente
en corazones dispuestos a menguar para que Él crezca y se haga más visible.
III. Métodos para la transformación
“Encomienda al SEÑOR tu camino; confía en él, y él actuará” (Sal. 37: 5) (NVI)
Ningún ser humano por si mismo está en la capacidad de producir cambios tan
trascendentales como los que la norma de Dios exige. Si el hombre no es dueño de su
camino ni puede controlar sus pasos justamente, mucho menos tiene la capacidad de
transformar su ser a la altura que demanda la santidad de Dios y la constitución de su
reino. En una conversación crucial con un experto de la ley, Jesucristo lo dejó bien claro:
“Este vino a Jesús de noche y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro,
porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Le respondió
Jesús: —De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de
Dios .Nicodemo le preguntó: — ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede
acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer? Respondió Jesús: —De
cierto, de cierto te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el
reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es.
No te maravilles de que te dije: “Os es necesario nacer de nuevo” (Jn. 3: 2-7) (RV)
Por esta razón, todo el que quiera entrar y hacer la voluntad de Dios, necesariamente
tienen que depender de Él, de su misericordia y gracia, y aceptar el camino que en su
inmensa sabiduría nos ha propuesto y preparado (Sal. 127: 1-2) (Rom. 9: 16)
a. La preeminencia de Cristo (Jn. 15: 5-7)
Todas las cosas que existen fueron creadas por Él, en Él y para Él, y por medio de Él es que
forman un todo coherente (Col. 1: 15-20) No hay nada que podamos hacer que traiga la
gloria debida a Dios que no sea a través (por medio de) Jesucristo.
¿Cómo influencia Jesús nuestra transformación?
En primer lugar, fue Él quien la hizo posible por su obra completa (su venida, ministerio
terrenal, crucifixión, muerte y resurrección) Él aplacó la ira de Dios que debería recaer sobre
nosotros por nuestro comportamiento, derrotó a los enemigos que operaban en nuestra
contra para condenación, y cumplió con las demandas del Padre para que se pueda
derramar sobre nosotros toda su bondad.
5
“Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio
vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados. 14Él anuló el acta de los decretos
que había contra nosotros, que nos era contraria, y la quitó de en medio clavándola en la
cruz. 15Y despojó a los principados y a las autoridades y los exhibió públicamente,
triunfando sobre ellos en la cruz.” (Col. 2: 13-15) (RV)
En segundo lugar, Él es la meta que Dios planeó alcanzar en nosotros y por la cual
debemos ser transformados. Es el modelo de nuestra renovación, es el premio a conseguir,
es la señal de que hemos alcanzado la voluntad de Dios. Sin Él nunca tendríamos una
imagen correcta de lo que Dios es ni de cual es su voluntad para nosotros. Simplemente,
sin Jesucristo no hay camino, ni verdad, ni vida, no hay salvación ni cambio. Él es nuestra
eternidad. Hemos de llegar a la convicción del apóstol Pablo y hacer la misma declaración
de fe:
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que
ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mí.” (Gl. 2: 20) (RV)
b. El instrumento por excelencia: La palabra de Dios (Stg. 1: 18-25)
Todo lo que existe fue creado por la palabra que Dios emitió. Cuando la tierra aun estaba
desordenada y vacía, el Señor la transformó con su palabra. Él dijo y todo fue hecho
(Sal. 33: 6) (Heb. 11: 3) (2 Ped. 3: 15) Por eso su palabra tiene poder para edificarnos y
transformar nuestras vidas cuando decidimos obedecerla, llevarla a la práctica.
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